miércoles, 18 de noviembre de 2015

La libertad

La libertad no es nada. He ahí el problema.
La libertad, bien entendida, no tiene entidad. No agrega nada. A la libertad no se le puede sumar nada. Pero sí restar. Es un concepto más. Útil, pero no define algo concreto. La seguridad, en cambio, sí que se puede concretar. He ahí la continuación del problema. 
Es más fácil defender la seguridad que la libertad, porque es más fácil definir a la primera que a la segunda. La seguridad se puede medir, se puede enjaular en estadísticas. En cambio, la libertad difícilmente se presta a ello.
La libertad, en el fondo, no es nada. No se siente. Solo se percibe su ausencia. Es la falta de libertad la que nos da una definición de ella. Cuando se nos prohíbe algo. Cuando quisiéramos realizar tal cosa y no es posible. Cuando entran en tu casa sin justificación y no puedes negarte.
En estos momentos tan emotivos, tan complicados en todos los sentidos, es fácil ser doblado por el temor, es fácil añorar la seguridad, es difícil amar la libertad.
Ante la pregunta típica de: "¿Para qué quiero libertad si me pueden matar de un momento a otro?" se puede contrarrestar con las dos siguientes preguntas "¿Para qué quieres vivir si no vas a tener permitido hacer casi nada? ¿Para qué quieres vivir si nunca lo vas a poder hacer sin temor?"
Se tienen que extremar las precauciones, por supuesto. La humanidad, la civilización humana, se ha ganado el derecho a poder vivir de forma segura. Pero mucho antes que ello, ontológicamente hablando, se había ganado el derecho a ser libre: y eso no se puede cuantificar, pero su ausencia sí que es palpable.
Decía Nietzsche que los conceptos son, simplemente, "ficciones útiles". Por sí mismos: no son nada. Ninguno. Pero siguen siendo útiles. Algunos arraigan más en la carne: se cuantifican. Otros tienen la característica de ser prácticamente etéreos: no se definen en positivo. Nuestro concepto de libertad es negativo. La libertad nadie la puede dar: no está en permitir, sino en no prohibir. Por tanto, la libertad sí que se puede quitar.
Yo, que hace años voy en búsqueda del "rastro del humor en la tradición occidental", he observado la relación estrecha entre la risa y la libertad: por eso la risa ha sido, a menudo, muy problemática. 
Se debe luchar contra la injusticia, contra aquellos actos deplorables que nos avergüenzan, pero no debe ser a costa de la libertad. Porque nadie la echa de menos, hasta que falta. Y nadie la puede dar, pero sí quitar.
Gobernar es complejo y lo fácil es aspirar a la tranquilidad. Pero no hay mayor tranquilidad que la muerte, y la falta de libertad es, sin duda, acercarse a ella.

Alejandro Mesa Villajos, 18-11-2015

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